A Neymar se le está agotando el tiempo


En Memórias Póstumas de Brás Cubas, Machado de Assis utiliza al protagonista de la novela, Brás Cubas, que ya está muerto, como narrador de su propia vida. Es decir, una autobiografía escrita por un “difunto autor”. En medio de varios recuerdos y reflexiones filosóficas, en un momento dado Brás Cubas, escuchando el péndulo del reloj, se demora al meditar sobre el tiempo. “El golpear del péndulo me hacía mucho mal”, rememora. “Ese tic-tac triste, lento y seco parecía decir a cada golpe que iba a tener un instante menos de vida. Me imaginaba entonces un diablo viejo, sentado entre dos sacos, el de la vida y el de la muerte, tomando las monedas de la vida para dárselas a la muerte y contándolas así:

—Otra menos…

—Otra menos…

—Otra menos…

—Otra menos…”

“Si un año humano equivale a siete en años caninos”, escribió Gabriele Marcotti, “¿cuál es la ecuación que compara una carrera civil con la de un futbolista profesional?”. Es una buena pregunta. Cuesta creer que Neymar Júnior, a sus 30 años recién cumplidos, esté más cerca del final que del inicio. Está más cerca de los 40 que de los 17, cuando era un crío calvo que parecía jugar con una camiseta de adulto, como en el partido en que debutó en el primer equipo del Santos contra el Oeste el 9 de marzo de 2009. Las expectativas eran ya enormes. Desde entonces, han pasado trece primaveras. En el momento en que Neymar saltó al terreno de juego por primera vez como profesional, muchos ya tenían dos certezas sobre su carrera: que sería el mejor del mundo y que llevaría a Brasil a un título mundial. En marzo de 2022, nada de eso ha ocurrido todavía.

“Neymar se consolidó, ganó títulos, llegó a la selección, se convirtió en el mejor jugador brasileño en activo, brilló en Europa”, analizó Mauro Cezar Pereira. “Pero no se convirtió en el craque indiscutible que se proyectaba en 2009. Un auténtico desperdicio…” Y, en efecto, parece que, pese a su carrera extremadamente exitosa, podría haber llegado mucho más alto. La sensación es que Neymar se ha visto perjudicado por dos elementos: la mala suerte y sus malas decisiones. Fue la mala suerte la que le dejó fuera del Mundial de 2014 en aquel partido de cuartos de final contra Colombia; la que le hizo perderse los momentos decisivos de la Liga de Campeones —la competición que es la gran obsesión del Paris Saint-Germain— en las temporadas 2017/18 y 18/19 (una lesión en la segunda parte de la primera le impidió llegar al Mundial de Rusia en sus mejores condiciones físicas); la que le sacó de la Copa América de 2019, ganada por Brasil en el Maracaná. Fueron las decisiones equivocadas, sin embargo, las que ­—aunque ahora, en retrospectiva, sea fácil juzgar— le llevaron a la menos competitiva de las grandes ligas europeas cuando vivía los mejores años de su carrera y las que le dejan hasta hoy con una vinculación algo exagerada y probablemente perjudicial con su padre.

Pese a todo, Neymar ganó, como protagonista, el Campeonato Paulista en 2010, 2011 y 2012, la Copa de Brasil en 2010, la Copa Libertadores en 2011 (la primera del Santos desde Pelé en 1963), la Copa Confederaciones en 2013, la Champions en 2015, el oro olímpico en 2016 y numerosos títulos nacionales con el PSG y el Barcelona. Lleva 70 goles con la amarelinha, siete menos que Pelé, el máximo goleador de la historia de la Seleção. “Pero queda la sensación de que, cuando miremos hacia atrás en la carrera de Neymar, veremos los flashes, el glamour, la extravagancia, y poco o nada más: todo estilo, nada de sustancia; un talento generacional no del todo realizado”, observó Rory Smith. Todavía no ha ganado una Copa América, y, sobre todo, un Mundial. Tampoco ha ganado la anhelada Liga de Campeones con el PSG, motivo por el que fue fichado como el jugador más caro de la historia del fútbol.

Esa sensación de lo que podría haber sido. Pero esto no es exclusivo de Neymar. Casi todas las grandes estrellas brasileñas —más concretamente, los jugadores más habilidosos, con un talento insultante, siempre procedentes de entornos pobres— dejaron la misma impresión: Garrincha, Romário, Ronaldo, Ronaldinho, Adriano, Robinho, son algunos ejemplos. Algunos de ellos llegaron a lo más alto, otros no; la sensación con todos ellos, sin embargo, es que podrían haber sido mucho más. ¿Por qué?

Quizás haya alguna explicación sociológica. La sociedad brasileña, bastante más desigual que la europea, tiende a volcar en el fútbol sus imperfecciones. Es donde se da la oportunidad de que un chico que viene de una favela brille bajo la mirada de todo un país. El craque se convierte rápidamente en un héroe, casi en un dios. Hay una adoración que es difícil de encontrar en Europa. Se sueña con el Balón de Oro, con los premios individuales. Cuando se habla de los Mundiales de Brasil, por ejemplo, se habla de “la Copa de Romário en 1994” o “la Copa de Ronaldo en 2002”. Sin embargo, si analizamos los títulos de Italia en 2006, de España en 2010, de Alemania en 2014 e incluso de Francia en 2018, es difícil encontrar un jugador que destaque especialmente por encima del resto.

“Neymar tenía 10 años la última vez que Brasil ganó el Mundial, en 2002. Tenía 15 años la última vez que un brasileño (Kaká) ganó el premio de Mejor Jugador del Año de la FIFA, en 2007. Las dos cosas han proyectado una larga sombra sobre su carrera”, advirtió Tim Vickery. “Estas han sido las varas que un público exigente ha utilizado para medir su carrera, y los palos que han empleado para golpearlo”, continuó. “Este año hay mucho en juego y la presión vuelve a ser grande”.

Algo en común entre todas las estrellas mencionadas es que casi siempre se preocupaban más por divertirse que por ganar. Algo incomprensible en el fútbol europeo, pero que Ruy Castro, en su magnífica biografía de Garrincha, Estrela Solitária, ilustró tan bien al hablar de la actuación del astro en la final del Campeonato Carioca de 1962. “Jugaba para sí mismo, no para el Botafogo. La estrella solitaria era él, no el club. Después del tercer gol, empezó a hacer lo que más le gustaba: brincar de jugar al fútbol. Ya no era una final de campeonato. Era una pachanga, una brincadeira”. (En este artículo sobre Endrick explico la diferencia entre brincar y jogar en portugués, ambos traducidos como “jugar” en castellano). Gran parte de esa alegría se podía ver al principio de la carrera de Neymar, como en aquellos maravillosos goles que marcaba en la Vila Belmiro; el fútbol era todo un deleite. Cuando estaba en el Barcelona, Ney todavía se divertía junto a Lionel Messi y Luis Suárez en lo que fue una de las mejores delanteras de la historia del fútbol. En algún momento, sin embargo, parece que su alegría se desvaneció.

Quizá por las excesivas exigencias de sus compatriotas —en gran medida injustificadas— reclamando un mayor protagonismo suyo en la selección, quizá por su llegada a París, donde se convirtió en el foco de atención de una institución intrínsecamente gris. “Neymar hace lo que quiere, lo cual es a veces —pero no siempre— lo que necesita el equipo”, escribió Jonathan Liew, señalando también el sombrío ambiente del club: “En cierto modo, este es el malestar esencial del PSG: un club profundamente infeliz, a pesar de tener todo el dinero y los trofeos que se puedan desear”.

Y no es sólo la actitud, el ceño fruncido, las declaraciones más fuertes como “creo que 2022 es mi último Mundial. Lo veo como el último porque ya no sé si podré soportar, psicológicamente, el fútbol”. Lo es también su postura en el terreno de juego. Neymar tuvo un buen final de temporada 2020/21, incluyendo una gran Copa América, pero desde entonces parece que no ha podido volver a su mejor nivel. “Mientras Messi muestra, en cada partido, la movilidad y la velocidad de un niño, Neymar, últimamente, en la selección y en el PSG, se muestra lento, pesado, sin dar sus increíbles carreras hacia el gol”, apuntó el gran Tostão. “¿Será una situación pasajera o un declive físico? Neymar es joven, pero cada deportista tiene su historia”. El campeón del mundo de 1970 continuó: “Me preocupa la forma física y técnica de Neymar, que se ha lesionado mucho y ha demostrado una disminución de movilidad y velocidad. Prefiero a Neymar en el último tercio, para regatear, pasar y rematar. En los partidos, retrocede para recibir el balón, a veces en su propio campo, y corre el riesgo de perderlo, además de estar demasiado lejos de la portería rival”.

En Francia la paciencia parece estar llegando a su límite. “Y Neymar tan superado que aparte de enfadarse con los rivales no puede hacer nada”, escribió Daniel Riolo tras la derrota del fin de semana ante el Nice. “Patético… cualquier equipo sólido con un puñado de buenos jugadores puede hacer daño a este equipo de estrellas decadentes…”

Al parecer, ese peso que arrastra Neymar se ha convertido en una carga demasiado opresiva para él. El chico alegre de sonrisa fácil se ha convertido en un jugador más pesado, de expresión severa y palabras duras. Quiere el balón todo el tiempo, como si tuviera que demostrar a todos que puede ser el mejor. “Sigue siendo un prisionero de su potencial, un chico de abundante talento; el jugador más caro del mundo y, sin embargo, de alguna manera no realizado”, analizó Jonathan Wilson.

Pero siempre hay algo que hace que la gente siga creyendo y no desista de él: la esperanza. La esperanza de que por fin pueda librarse de las lesiones y guiar al PSG hasta el título de la Champions; la esperanza de que, al igual que Pelé, Garrincha, Romário y Ronaldo, pueda dirigir a Brasil al título de la Copa del Mundo y de que la gente, dentro de unas décadas, lo recuerde como un héroe y no como un talento desperdiciado, un jugador que podría haber sido mucho más.

Eso sí, el reloj, que no perdona a nadie, sigue corriendo.

Tic-tac, tic-tac, tic-tac…

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Foto de portada: Antoine Dellenbach bajo licencia Creative Commons 2.0.