Antonio Agredano: «No hay una gran novela de fútbol»


Después de la prórroga, si nadie lo remedia, vienen los penaltis. Julián Bellón, el protagonista de Prórroga, la primera novela de Antonio Agredano (Córdoba, 1980) ve al pasado plantando la pelota en los once metros. Por la escuadra, rasa pegada al palo, a media altura, por el medio o a lo Panenka. Bellón es un portero retirado al que le queda el partido más difícil: el que todos jugamos contra nosotros mismos. Sobre el vacío después del fútbol, un pasado inventado y la terapia de las pachangas va Prórroga, que saldrá a la venta el próximo 16 de junio, publicada por Revista Panenka. No hay duda de que a Agredano le queda de lujo el bigote, tampoco de que a Panenka le sienta como un esmoquin la narrativa poética del escritor de Teta y En lo mudable. Es el quinto libro de la editorial y, abróchense los cinturones, la primera novela. Entre wasaps y notificaciones de Twitter (“espero que luego compren el libro”, bromea en serio el escritor) al otro lado del teléfono está Antonio Agredano, en la primera entrevista de las muchas que le esperan.

Pregunta: El protagonista de Prórroga es Julián Bellón, un exfutbolista, pero no es una novela de fútbol.

Respuesta: Es una novela que huye del fútbol. El protagonista abandonó el fútbol y llena su vida con otras cosas, que es de lo que habla el libro. Es una novela sobre el vació que deja el fútbol.

P: Parece que haya que clasificar las novelas y aclarar las que son de fútbol.

R: Ayer hablaba con mi amigo Pablo García Casado, un poeta con el que he jugado muchas pachangas, y decía que a los futboleros nos vuelven a despreciar. Él había detectado que el fútbol de nuevo estaba siendo mirado con lupita. Parecía que habíamos dado muchos pasos adelante y volvemos a ese fútbol de bárbaros. En los 90 ya era así. Cuando escribía y decía que era futbolero, me decían: “No te pega que te guste el fútbol”. Parece que volvemos a eso en este mundo tan blandito que estamos creando. Supongo que además no hay una gran novela de fútbol. Siempre recuerdo la comparación entre el fútbol y el boxeo. El deporte más seguido del mundo no crea grandes obras y un deporte minoritario como el boxeo tiene casi todos los años una buena película o una buena novela. Me he preguntado muchas veces, también escribiendo esta novela, por qué no hay una gran novela de fútbol. Supongo que porque es un deporte colectivo y se diluye la figura del héroe. Por eso yo he querido también hablar un poco del equipo y cómo el fútbol cambia la vida de todos. Desde luego, mi novela no ha venido a tapar ese vacío de la gran novela de fútbol.

P: El fútbol para hablar de otras cosas.

R: Es un juego que nos acompaña durante toda la vida. Igual que hay flores que les tienes que poner un palito en vertical para que no se venzan, a mí me gusta que el fútbol sea ese palito alrededor del cual tú vas creciendo. El fútbol no es parte de mi vida, pero todo lo que ha rodeado al fútbol me ha hecho crecer en vertical. Escribo ficción y artículos porque empecé a escribir sobre fútbol. La primera vez que yo tuve intención de compartir mi visión de la vida fue para hablar de fútbol. Es un deporte que apetece compartir y hablar de él. No lo voy a descubrir yo, no son sólo 90 minutos. El fútbol es una de las grandes creaciones del ser humano.

P: ¿Cómo es Julián Bellón, un exfutbolista que quiso ser futbolista hasta que lo fue?

R: Es un señor antipático. A mucha gente por la calle le ves que tiene mucha miseria y mucha tragedia detrás. Él se busca parte de estas miserias. A Bellón le gustaba jugar al fútbol como a casi todos los niños, hasta que se convierte en un empleo. Y es un empleo incómodo como casi todos porque tienes jefes, malos compañeros… Al final deja de disfrutar del juego y de lo que le hacía feliz y empieza a vivir las miserias funcionariales que vivimos todos los adultos cuando nos enfrentamos a la vida laboral. No es que lo haya idealizado, pero no está preparado para competir con otra persona, ganarse al entrenador y todo eso. Se descubre buen portero, pero torpe en muchas otras cosas. Ahí pierde interés de seguir jugando.

La portada de 'Prórroga' diseñada por Diego Mallo. Fuente: Revista Panenka
La portada de ‘Prórroga’ diseñada por Diego Mallo. Fuente: Revista Panenka

P: Toca el tema del pasado, como si siempre volviera o nunca se fuera.

R: Y como un pasado que nunca existió. Porque uno inventa su pasado y lo dibuja. Crea algo que a lo mejor no fue así. Somos niños que imaginamos lo que hicimos. Él no sabía nada de ese pasado, se da cuenta de mayor de que su visión del mundo, de la familia, del matrimonio de sus padres, de su relación con su hermana y muchas más cosas, no existen porque tiene una visión limitada y condicionada. Le engañan con una visión del mundo que él asume. Se da cuenta de mayor de que el pasado es una construcción y de que no existió como tal. Y eso le frustra y le entristece. Su pasado es una fake news. Ni siquiera su pasado es real ni se puede agarrar a lo que tuvo.

P: La novela humaniza a un futbolista, poniendo sobre la mesa temas como la salud mental.

R: La depresión me aterra. No he querido ponerle nombre adrede. Muchas veces hay tristezas que no son depresiones. Hay tristezas vitales y yo he sido un hombre muy melancólico. Tengo una visión de la vida triste, pero no diría que tengo depresión. Soy puntualmente feliz. No quería hacer una novela de la depresión porque no sé si Julián Bellón tiene depresión o simplemente está incómodo con la vida que le ha tocado vivir. No quería que la depresión explicara su comportamiento. En paralelo leía el libro de Robert Enke, que me recomendó Miguel Ángel Román, y te das cuenta de que la depresión no explica nada. La depresión aparece y te sepulta. Yo quería que Bellón pudiera decidir lo que hacía. Es una persona trágica e inmadura, que no ha sabido adaptarse al tiempo que le ha tocado vivir. Solo nota que está en paz cuando una gran ausencia le sobreviene, que es terrible. Uno sólo encuentra el pulso de la vida cuando la tragedia lo arrastra. Ahí empieza él a pensar que a lo mejor no ha enfocado bien y tiene ganas de seguir viviendo. Cuando su vida le pone azarosamente frente a sus miserias, decide continuar.

P: Julián Bellón fue portero, el futbolista que siempre está solo.

R: Yo soy portero. Aún juego, de hecho. Es la posición que más controlo, que más me gusta y que más ha despertado mi curiosidad. Es verdad que el portero está solo, aunque juega más colectivamente de lo que queremos hacer creer. Lo que sí tiene un portero es mucha responsabilidad. Un aficionado nunca es consciente de la vulnerabilidad de esa posición. Es la más compleja del mundo. Los delanteros van por rachas. Los centrocampistas pueden hacer malos partidos. El portero tiene que ser constante. Un portero hace un mal partido y está sentenciado. Los errores de un portero lo persiguen siempre. Esa responsabilidad del portero me parece extrapolable a la vida. Un portero no puede fallar y nosotros no podemos fallar a nuestra familia. Si uno falla, pierde su posición. Ahí sí que me gustaba la metáfora del portero, además de ser una posición en la que he jugado siempre y de la que me apetecía hablar.

P: ¿Cuánto está ‘escrito’ en las pachangas que juega como portero?

R: Buena parte. Todo lo que hablo de la pachanga. Dejé de jugar al fútbol porque estaba gordo y tuve varias lesiones. He vuelto a jugar muy de mayor. He conocido a gente, me lo paso muy bien, disfruto, ayer me peleé con un hijo de puta. Esa parte me apetecía contarla. Soy un tío de 40 años, como mi protagonista, y te agarras a las pachangas en contra de la opinión del médico, de tu mujer que te dice que tengas cuidado. Uno da el salto y me parece precioso que un montón de cuarentones se jueguen la salud por el fútbol. Al final es un juego en el sentido más infantil. Eres un señor que trabaja, con familia, que paga la hipoteca como puede y está jugando a creerse lo que no es. Asumes un rol que parece que la vida te ha quitado. Me parece bonito que tengamos esa vía de escape. En literatura no se ha hablado mucho de las pachangas y creo que nos une generacionalmente a muchos aficionados al fútbol.

P: El libro está escrito en primero persona. ¿Le costó ponerse el traje de un exfutbolista?

R: Me gusta mucho el fútbol y he leído mucho de fútbol. Leer te da herramientas. Me permitió esas licencias. He imaginado la vida de un futbolista, tengo sensaciones de lo que puede pasar ahí. Un futbolista es un héroe que fue maltratado. Como dice mi amigo Julio Muñoz, el peor día de un futbolista es cuando le invitan a chupitos. Ya no le invitan a comer, ha dejado de ser futbolista. Se ha retirado y va cayendo en el olvido. Me parece una historia fácil de contar, aunque me ha resultado muy difícil escribir la novela. Me costó mucho trabajo, no mucho tiempo, pero sí trabajo. Tenía que tomar decisiones todo el rato y ver si lo que estaba escribiendo quedaba real o si se iba a notar la no vivencia. Una vez leída, creo que pasa y que sí está pegado a la vida.

P: El escritor frente a la insatisfacción.

R: La escritura es un proceso terrible. Yo no estoy cómodo escribiendo nunca, ni los artículos ni las crónicas, ni esto. Soy un coñazo de escritor. Sufro mucho cada párrafo, también me cuesta mucho sentarme. Lo tengo que llevar mejor si quiero ganar más dinero con esto. No puedo vivir con esta intensidad cada vez que tengo que escribir algo. La satisfacción cuando termino sí que existe. Pero el durante, se lo he leído a varios escritores y a mí me ha pasado, el preguntarme: ¿A quién coño le interesa? Qué pollas hago. Qué mierda es esto. Cómo tengo la osadía de escribir una novela sobre un tío que no existe. Me pasa habitualmente, también con las columnas. Además, con la novela he tenido una falta de tiempo por obligaciones laborales y familiares. Me costaba mucho la rutina. Tengo que calzar la escritura dentro de mi vida. Tengo que trabajar y tengo dos hijos pequeños. Cuando llegaba a las diez de la noche, decía esto no va a fluir. Como jugar un partido después de correr diez kilómetros. Al final sale, se te olvida todo, la obra ya no es tuya y que sea lo que Dios quiera. Ha sido un proceso complejo y me he visto fracasar en algunos momentos puntuales.

P: “Escribo por dinero, vivo por amor”, decía su biografía de Twitter.

R: Es así. Si fuera rico y guapo no habría escrito ni una línea en mi vida. Si fuera rico, quizás algo. Si fuera guapo, nada tampoco. Escribía por coquetería y ahora ya sólo por dinero. Eso no significa que valga menos. Al revés, cada vez me lo tomo más en serio. Y cada vez me gusta más escribir. No comulgo con el malditismo del escritor. Quiero amortizar mi talento.

P: Empezó con la poesía y Prórroga tiene un tono poético. ¿Se considera un poeta que escribe novelas o un novelista que escribió poesía?

R: Soy un falso nueve. Sé rematar, pero también sé pelearme con los defensas. Intento ser versátil, no tener una posición fija. Puedo ser más incisivo, más político, hablar de deportes… Y la novela, claro, me sale poética. La poesía está en todas partes. La novela como narración de hechos me interesa relativamente poco. Como la novela negra, por ejemplo. No es la obra que yo tengo ganas de leer. La poesía tiene utilidad como tal, y espero volver a escribir poesía algún día, pero la narrativa tiene que llevarla también. La poesía es una forma de mirar el mundo. Es como en las crónicas. A mí me ficha El Mundo después de leer textos míos que tienen una base poética. Después no puedo escribir: “Gol de En-Nesyri en el minuto 45 tras recibir de espaldas”. No puedo competir con la televisión, tengo que competir con los libros. Me ha gustado escribir novela. No sé si volveré a escribir otra, pero ha sido un proceso bonito. Ahora mismo no me apetece escribir, pero lo he disfrutado.

Imagen de portada: Macarena Pérez (cedida por Antonio Agredano)