El fútbol los cría y las élites se juntan


En clase, los mejores iban con los mejores. Los que eran buenos en fútbol, que normalmente eran los que iban mal en los estudios, se juntaban y no había forma de ganarles. Había un par de repetidores, el típico chaval al que había fichado un gran equipo, un portero que hasta se tiraba al suelo con la ropa nueva mientras nosotros teníamos miedo de manchar los zapatos. Al Dream Team no había forma de ganarle, y ay del que se atreviera a hacerlo: se podía ir a casa con las gafas rotas.

En el colegio, que siempre es un fiel reflejo de lo que se verá después en la sociedad, los mejores iban con los mejores. Las élites se encontraban. Los abusones fumaban juntos en el baño, los guapos rodeaban a las chicas, los ricos, sin saber muy bien qué era el dinero, ya se juntaban entre ellos. Al final uno busca a sus iguales y en el fútbol esto tiene un nombre, obviamente, grandilocuente: Superliga.

La amenaza de un campeonato elitista se cierne sobre el fútbol europeo. Los grandes quieren juntarse entre ellos para seguir siendo más grandes. Lo de siempre, vamos: los que tienen mucho dinero quieren tener todavía más. La pobreza, en cambio, se pega como un chicle reseco. Aunque nos lo quieran hacer creer, no hay ascensor social. Y si alguien sube o baja, es más fruto de la suerte que de sus esfuerzos. Contémosle a una familia sin recursos que si su hijo se esfuerza llegará donde quiera.

Dinero llama a dinero. Es mucho más fácil ganarlo para alguien que puede entrar a una universidad e incluso a un máster, que cada vez se usan más como trampolín para encontrar trabajo. Si se supone que hay que pagar para tener un empleo, ¿cómo van a hacerlo los que no tienen dinero? Al final, como reflexiona Elena Medel en su libro Las maravillas, se trata siempre del dinero, o de la falta de dinero. “El piso en el que vive es el piso que puede pagar, no el piso en el que le gustaría vivir, y el trabajo que tiene es el trabajo al que puede aspirar siendo quien es, teniendo el dinero que ha tenido”.

Los grandes quieren la Superliga no solo por dinero, también por entretenimiento. Son ellos mismos los que han devaluado sus trofeos nacionales para darle todo el valor a la Champions League. La Orejona es el pulgar hacia arriba o hacia abajo. No hay término medio: éxito para uno, fracaso para muchos. En Europa se aburren en sus países: la Juve lleva nueve Scudettos consecutivos; el Bayern, ocho Bundesligas y el PSG ha ganado su liga en siete de las últimas ocho temporadas. Como se aburren con los pobres, necesitan juntarse entre ellos.

Como ya escribió hace unos años Axel Torres, esta Superliga se permitiría el lujo de corregir al propio fútbol. Ellos invitarían a los que quisieran, por buenos o malos que hayan sido los resultados. Se guiarían por el caché, como si fuera una fiesta privada. El fútbol corre el peligro de convertirse en un reservado de discoteca. Después de todo lo que les ha dado la pelota, ellos quieren apropiársela, dejar a los pobres con sus cosas de pobres. Los guetos, cada vez más presentes en la sociedad, pronto llegarán al fútbol.

Foto de portada: Romena Fogliati/Focus Images Ltd.