La rebelión de los zurdos


Los zurdos son como los niños: solo se lo pasan verdaderamente bien si juegan entre ellos. Pídele a un zurdo hacer un pulso. Te dirá bueno, pero. Tendréis que hacer uno con la izquierda y otro con la derecha y seguramente quedéis empate. Pídele a un zurdo jugar al futbolín. Te dirá bueno, pero. Te pedirá jugar arriba, porque ser bueno con el portero y malo con la defensa sirve de poco, y te advertirá de que no es muy hábil con la delantera. Pídele a un zurdo que corte una hoja con unas tijeras para diestros. Te dirá bueno, pero. Pídele que abra el pomo de una puerta. Es posible que se lo cargue. Pídele a un zurdo que juegue a fútbol. No dudará ni un momento. El deporte es el patio de los zurdos.

La venganza es la gasolina de los madrugones. El Villarreal quería vengarse del Arsenal. Tuchel quería llegar a su segunda final y demostrarle al PSG que se había equivocado. Los zurdos tienen en el fútbol se ajuste de cuentas. Se calcula que en el mundo hay poco más de un 10% de zurdos. Pasado al fútbol, no debería haber más de dos zurdos en el campo por equipo. Suelen ser más. De los diez primeros clasificados para el último Balón de Oro, cuatro eran zurdos. En el mundo son minoría, en el fútbol están buscados. Una rara avis que se ha convertido en normalidad. Una excepcionalidad que es una bendición. Después de Ned Flanders, Messi y Maradona son los grandes embajadores del zurdismo.

No pretendo yo aquí empezar una guerra ni crear un change.org, pero se puede decir que el lenguaje no les favorece mucho. Ser diestro en algo o tener destreza es sinónimo de habilidad. Cuando un calcetín está del derecho es que está bien. Right (derecha) es lo correcto, to be right tener razón. El derecho son las leyes y la justicia. Lo que tiene que ser. En cambio, lefties es una tienda de ropa de temporadas anteriores, levantarse con el pie izquierdo es un mal presagio, los jugadores más supersticiosos entran al campo con el pie derecho, sinister en latín (sinistra en italiano) significa izquierdo, pero algo siniestro también es algo oscuro, tétrico. Y así.

Los ambidiestros quedan fuera. Son unos tramposos. Mirad a Dembélé. O Cazorla, que chutaba los córners con la pierna izquierda o derecha según le convenía. Son bipolares. Se despiertan un día y quieren ser zurdos. Se despiertan otro día y quieren ser diestros. Un poco como lo que nos querían hacer creer que era Ciudadanos al principio.

Los zurdos son gente extraña. No porque sean zurdos, sino porque se extrañan de ver a un zurdo. De pequeños se chocaban con todo. Siempre rozan los codos de sus comensales. O se ponen en una esquina, o nada. Por eso en la película Gattaca, donde se piden los niños a la carta, se dice que nadie solicita un hijo zurdo. Son imperfectos. Pero en el fútbol son la imperfección que hacen perfecto a un equipo. “Dime la verdad, te hubiera gustado ser zurdo”, le dijo Rivelino a Pelé.

Hay muchas leyendas con los zurdos. Que si son más inteligentes. Que si chutan mejor y más fuerte. Que si tienen toda la fuerza concentrada en una pierna. Que si su riego sanguíneo está más cerca del corazón. Que si solo tienen la derecha para subirse en el autobús. Una de las pocas veces que el lenguaje favorece a los zurdos es cuando se pide mano izquierda. Pronto, en los mejores titulares: “Tal equipo perdió porque no tuvo pie izquierdo”. La venganza de los zurdos estará consumada.

Imagen de portada: Daniel Hambury/Focus Images Ltd.