Zidane y el postureo – MarcadorInt


Entra en la sala de prensa. Saluda con las cejas. ¿Le brilla la calva o es el aura? Levanta la silla para que no arrastre. Buenos días. Primera pregunta. No la necesita para responder. Algunas vaguedades. Algún tópico. Y la cuarta palabra es que la todos esperan: ¿Saes? El sabes de Zidane es delicado. La primera y la última S vibran, como si salieran dos mosquitos de su boca. La B, como la H o como la D de Django, es muda, paleto. El sabes de Zidane está dicho sin querer. Una pregunta que contiene respuestas. Decirlo todo sin decir nada. Explicarlo todo para que no se entienda nada. El sabes de Zidane es una ola que llega a la orilla.

El mundo se está llenando de focos. De envoltorio. De papel de regalo. Brilli brilli y confeti. Si hablamos de postureo, el fútbol es el rey. Una piñata que cada vez está más vacía. Muchas cámaras. Muchas camisetas. Muchos tatuajes. Muchos peinados. Mucho lirili y poco lerele.

Cuando aparece alguien que no actúa nos extraña. El fútbol es una obra de teatro y todos quieren ser protagonistas. A Zidane le gusta ser el que acompaña a otros al casting y lo acaban cogiendo a él. No actúa, huye del postureo. Zidane no pide pasar en la cola del súper aunque lleve un producto. Cuando gana títulos lo hace como el que va a comprar el pan. La primera vez que se fue lo dijo como el que dice que no quedan bolsas de basura. Volvió como el que pesa los tomates en la frutería. Naturalidad en época de artificios. Bengalas en tiempos de tracas.

En un mundo en que importa más parecerlo que serlo, corremos el riesgo de pensar que si no lo pareces, no lo eres. Zidane no parece un gran entrenador. Zidane no parece un tipo que haya ganado tres Champions seguidas. Zidane no parece un líder en el que creen en el vestuario. Y claro, algunos se lo han creído.

Zidane solo tiene un defecto: es perfecto. Aparte de eso, es perfecto. Llegó y se convirtió en chamán, siguió y se convirtió en druida, continuó y se convirtió en guía espiritual. Las Champions se le caían del bolsillo. ¿Sabes? seguía diciendo él. Y sonreía. Porque Zidane siempre sonríe. Eso es lo que les fastidia a algunos: a veces la gente que te cae peor es la que no consigues que te caiga mal, aunque lo intentes. No hay manera de que Zidane sea odiado, y por eso mucha gente lo odia. Hasta para los del Barça es el villano honrado en quien creer, que cantaba Vetusta Morla.

En el fútbol la crítica es el café de buena mañana. El halago, el de media tarde: a veces sí, a veces no. Se le dijo que no confiaba en los jóvenes y que siempre ponía a los mismos y que era un alineador y que exprimía a la vieja guardia y que de psicólogo vale pero de conceptos tácticos ni idea y que vaya cagada contra el Chelsea. Todos esperaban agazapados a la decisión de Zidane. Para qué criticar si se podía esperar y criticar a la carta. Si se quedaba, muy mal por no dar un paso al lado. Si se va, muy mal por dejar al club tirado. Todo mal.

Zidane hizo fácil lo difícil. Entrenaba como el que encontraba mecheros. Los fumadores saben que encontrar un mechero cuando más lo necesitas es lo más difícil. Él apagó el fuego Real Madrid cuando estaba en llamas. Pero ya se sabe que a los grandes clubes les gustan más los pirómanos que los bomberos. Los que dan grandes respuestas a los que hacen preguntas. Zidane siempre hacía la misma: ¿sabes?

Kristian Kane/Focus Images Ltd